miércoles, 22 de mayo de 2013

Bàrbara Forés El Templari 2010


Sobre los caballeros templarios se han escrito multitud de textos, cuentos y leyendas. La literatura moderna, que ya se había alimentado mucho de sus misterios, lo hizo con más fuerza hace pocos años, después de que millones de lectores salieran a buscar al nuevo Dan Brown. Por eso es hasta difícil hablar de este vino sin caer en fáciles alusiones, de cuyas alguna al Santo Grial sería la más evidente.
Para escribir acerca de esta botella, sin embargo, comenzaré justamente por eso, por el nombre y la etiqueta. Me gustaría respetar el concepto, la idea, que creo que en la bodega dan a ese nombre, a esa etiqueta. La misma es una reinterpretación del sello de los templarios, en el cual dos miembros de la orden cabalgan en un mismo caballo, símbolo de sus votos de pobreza. En Bàrbara Forés representan, primero, la hermandad, esa que a veces sienten quienes hacen un trabajo tan duro como puede ser el de cuidar un viñedo, la satisfacción al final de la jornada, del objetivo conseguido juntos, como un equipo. La fuerza que surge de ese trabajo conjunto. Y segundo (aunque no necesariamente en este orden) buscan transmitir una conexión con el pasado, para recuperar su energía y tradición. El uso de "vi vermell" (vino rojo) en la etiqueta, que es como antiguamente se denominaban a este tipo de vinos en esta región, es una prueba de ello.
Pero el gran símbolo de este vino no es la cruz patada, ni su color, si no la casi desconocida uva Morenillo. Variedad prácticamente extinguida, parece ser es la misma que riojana mandón. Y que la Garró, de la Conca de Barbera, la cual forma parte del cupage del fantástico Grans Muralles de Torres, toda una evidencia de sus posibilidades enológicas. Probablemente originaria del levante español, se dispersó por toda la península, y aparentemente entró a Cataluña vía Aragón. De todas formas, no deja de ser una de las variedades tradicionales de Cataluña, donde se estableció, y es un patrimonio digno de conservar. Bàrbara Forés, que lleva años siendo de las mejores bodegas de la DO Terra Alta, han hecho un gran trabajo para recuperarla, siendo que el porcentaje en el cupage ha aumentado con los años, llegando al 55 % actual, y dejando el otro 45 % a la garnacha.

La bodega ya destacaba hace años, por tener una gran Garnacha Blanca, El Quintà, mucho antes de que el binomio Terra Alta - Garnacha Blanca explotara comercialmente.
Ahora, con este vino, elaboran tal vez el tinto más disfrutable de toda la denominación. Es mucho más que una etiqueta, y que una variedad exótica. Es puro placer mediterráneo.
Procede de suelos con una pequeña parte de arcilla, pero básicamente formados por el limo típico de la Terra Alta. Clima mediterráneo, típico de esta comarca, con influencia continental, en una añada en que se dieron muy buenas condiciones, con un verano seco y cálido.

La extracción es muy suave, el vino tiene muy poca intensidad de color, pareciendo casi un rosado intenso. La nariz es una sinfonía de frutas rojas frescas y golosas; frambuesas, grosella, fresas y cerezas. También un punto cítrico, de mandarina y naranja sanguina. El vino pasa 14 meses en barrica de roble Allier, lo cual es perceptible también, con ligeras notas de tostados, que solo añaden complejidad al conjunto. Hay una nota fresca, balsámica, pero desde luego es la fruta la que domina toda la nariz. 
En boca es puro disfrute. Entrada amable, fresca, con un paso por boca suave, taninos muy pulidos, sedosos. Tiene una gran acidez y su frescura realmente invita a beber otra copa. Alguna nota de café sale en retro, y tiene una persistencia media.
Este Templari es un vino de esencia mediterránea, ideal para beber y poder terminarse la botella, con una relación calidad precio extraordinaria. Espero que, como ocurrió con El Quintà, este vino sea pionero y de aquí a unos años pueda encontrar multitud de vinos que lo imiten. Para que podamos volver atrás, a esa tradición en la cual, un buen vino era, ni más ni menos, algo para disfrutar. (85/100).

jueves, 24 de enero de 2013

Madurez, Divino Tesoro

En mi anterior post, publicado en diciembre, estuve hablando un poco sobre "vinos de otoño", y me he visto en la oportunidad de publicar lo que sigue, siguiendo aquella temática. En este caso, aunque es una botella que me bebí durante los últimos días del verano, el concepto se le ajusta como un guante. Estoy hablando de un vino que se encuentra en el otoño de su larga vida, ya cerca del final de su camino, pero que con la cabeza alta, digno y regio, habiendo resistido los embates del tiempo, espera su inevitable final. 
Adquirí la botella en cuestión a un precio irrisorio (10 € ) que no pude desaprovechar, aún a sabiendas de que corría el riesgo de que no estuviese bien conservada, y por la tanto en condiciones. Ni más ni menos que un Mauro 1979.
Detrás del nombre de Mauro, se esconde (o no) el de su elaborador, uno de los personajes más importantes y respetados del mundo del vino en España, Mariano García.
Su cuna, enológicamente hablando, no pudo ser más ilustre: Nació en la finca Vega Sicilia, y como no podía ser de otra forma, nacer entre esas viñas marcó su futuro. Su padre fue encargado de la finca en la década del 40, y después de estudiar enología en Madrid, Mariano volvió a donde había nacido, que ya por ese entonces era el nombre más legendario del vino patrio. Allí pudo encargarse, respetando la tradición, de trabajar con productos de la máxima calidad y personalidad, y durante los 30 años que se dedicó a su elaboración, aplicar pequeños cambios para mantener siempre el prestigio y  estilo de Vega Sicilia. Pero no es eso lo que nos ocupa hoy. Mariano era un enólogo casi diríamos, pionero, cercano a la viña, no de bata y laboratorio, como muchos de los que llevaban adelante las grandes bodegas en aquel tiempo. Gracias a ese contacto con la viña, pudo conseguir unos viñedos antiguos en Tudela de Duero, de un viticultor que ya no estaba interesado en ellos y en los que rápidamente vio su potencial. Así Mariano comienza "su" bodega, en una casona castellana donde por fin elabora el vino que quería hacer. 2000 botellas. 1978 será la primera añada de una de las marcas más consolidadas del vino español, Mauro, nombrado así en honor a su padre. Aún habiendo quedado fuera de los límites la denominación de origen Ribera del Duero, Mariano creyó que lo más importante era consolidar el nombre de la marca, más allá de que se etiquetara como vino de mesa. El tiempo, otra vez, le ha dado la razón. 
            La segunda añada de la bodega es 1979. La añada fue fría, con una maduración lenta y una vendimia en las primeras semanas de octubre. El vino hoy por hoy es tempranillo con un pequeño aporte de syrah, pero por aquel entonces no lo era; según me cuenta Alberto García, hijo de Mariano, a quien debo mucha de la información acerca de la elaboración de este vino para este post: Se elaboró con 85% de Tempranillo y el restante 15%, una mezcla de variedades, habitual en los viñedos viejos de la zona en aquellos años, que incluía garnacha, albillo y viura. Crianza mucho más corta de la que por ese entonces se realizaba en Vega Sicilia; año y medio en barricas usadas de 225 y 500 litros.
Y así, 30 años después, esta botella llegó a mis manos. Como dije, dudaba de su conservación, así que la abrí con recelo. Y como decía al principio, la grata sorpresa, de un vino clásico y regio, en el otoño de su vida y con los aromas de esa estación, llenando la copa. De color rubí, de poca intensidad, pero aún resistiendo los embates del tiempo, sin caerse. Los aromas, que pasan de esos especiados más húmedos, otoñales, de setas, a aquellos más exóticos, de bazar egipcio, que me dice Alberto pueden venir del aporte de esas "otras" uvas;  tomillos, pimentón dulce, curry. Es de elegante finura, maduro y marcadamente licoroso, de meditación y reflexión. ¿O será que eso me lo transmiten las notas de incienso y mirra? 
En boca es todo en caballero, gentil pero aún firme; sedoso, con volumen, muy pulido. La frescura de la añada lo ha mantenido hasta hoy, con una buena traza de acidez. Es redondo, perfectamente integrado, o más bien, aún íntegro. Persistencia media, de ese recuerdo especiado y elegante. (91/100)
Pocas veces uno puede darse el lujo de beber un vino así, con más de 30 años, que aunque ya ha dado lo mejor de sí, se mantiene con hidalguía. Las reflexiones de los que lo hemos compartido se centran en justamente esa longevidad; ¿Cuanto aportaban en acidez y complejidad aromática esas variedades blancas que antes solían incluirse, a estilo de la Viognier en los tintos del Ródano, y porqué se abandono esa costumbre? ¿Tendría algún sentido recuperarla, para obtener esos vinos más ligeros, menos concentrados, que se busca hoy en día? Me encantaría verlo. Tal vez, una pista; el vino Mariano García, de la colección 75 aniversario de VilaViniteca, tiene un pequeño porcentaje de albillo... ¿Y cuántos vinos, de la vecina Ribera del Duero, serían capaces de llegar a las tres décadas de esta forma? De aquel entonces, aparte de Vega Sicilia, seguramente muy pocos.   De hecho ¿Serían los Mauro de hoy en día capaces de este despliegue de longevidad, o son vinos pensados para un consumo más inmediato? Seguramente nos llevaríamos más de una sorpresa. Mariano, junto a sus hijos, sigue al frente de la bodega. Y aunque ya tenga varias vendimias a sus espaldas, seguramente el otoño no ha llegado para ellos, ya que como dicen, lo mejor está por venir....
  PD: Quiero volver a reiterar mi agradecimiento a Alberto García por la información respecto a la elaboración, y también a Samuel, del equipo de Mauro, por preocuparse de que la hubiera recibido.
  PD: Y quiero pedir disculpas por la foto del vino con la que ilustro este post. Cuando ya estaba escrito, un error humano hizo que se perdieran las fotos que hice de la botella, por lo que he tenido que utilizar las de la web donde lo compré. Lo que os puedo asegurar es que aunque la foto no es mía, es de la botella que bebimos y a la que dedico este post. La foto de Mariano García esta extraída de la colección 75 aniversario de VilaViniteca.

martes, 27 de noviembre de 2012

Dulce de otoño

     Quienes me conocen saben que mi estación preferida del año es el otoño. Su melancolía intrínseca, esa sensación que deja al saber que el verano pasó y que el invierno se aproxima. Sus colores ocres, dorados y rojizos, colores cálidos  que contrastan con el frío tono plomizo del cielo. El día que se acorta. Y el viento, que me limpia el alma, se lleva lo malo volando lejos, y me hace desear más el llegar al hogar.  Y entre todo esto, también me gusta por que por fin empiezan a apetecerme vinos tintos... y dulces. La "castanyada" en Catalunya es la fecha en la cual mucha gente, que nunca bebe vino dulce, aprovecha para permitirse este azucarado capricho. Moscateles, garnachas, mistelas, etc... como la tradición manda, yo también aproveché ese día para abrir una botella de un vino dulce (aunque abro muchas al año, este día es solo una excusa, válida como cualquier otra), que tenía reservado hace un tiempo y por el cual sentía curiosidad. Un viaje a la vecina Francia, donde otro fenómeno climático ayuda mucho en hacer este vino posible; La niebla. No lejos de allí se producen los vinos dulces más celebres del mundo. Aquí, a orillas del Dordoña, en el corazón de Bergerac, late la pequeña apellation de Saussignac. En esta pequeña región del sudoeste francés solo pueden embotellarse bajo dicho nombre vinos dulces, producidos por botritys o vendimia tardía, como en su vecina Monbazillac. El resto de vinos aquí elaborados se embotellan simplemente como Bergerac. Desde hace unos años, la región esta viviendo un lento pero firme resurgimiento.
     El Chateau Court-Les-Mûts es uno de los elaboradores más interesantes de Saussignac. Propiedad de la familia Sadoux, desde 1972 Pierre-Jean Sadoux conduce esta bodega, convirtiéndola en uno de los estandartes de la denominación, y junto a su hijo Pierre desde 1999, cosechan numerosos premios y reconocimientos para sus vinos.
     Yo tuve la oportunidad de probar su Chateau Court-Les-Mûts Saussignac 1998. Elaborado con uvas procedentes de viñas viejas, de más de 50 años. Semillion con algo de muscadelle. Fermentación lenta, de 3 a 5 meses, dependiendo la añada (no sé cuantos en este 1998). Crianza en barricas durante 15 meses. En 2012, uno de mis motivos para abrir esta botella, es que ella también se encontraba en el otoño de su vida. como buen vino dulce, tiene una gran capacidad de guarda, pero con sus 14 años a cuestas, comienza a encontrarse fatigado. Su color dorado anaranjado también me recuerda a esta estación. Aromas de miel de azahar, dulce de membrillo, mermelada de naranja amarga. Frutas confitadas, orejones, y un ligero y llamativo fondo húmedo, como de setas. Pienso en estar en casa, al lado de la chimenea, con estos dulces para mí tan típicos de esta estación (la mermelada de naranjas amargas de mi abuela es inolvidable). Todo con una sensación fresca, y adornada también con aromas de esencia de vainilla. Una boca untuosa, que sorprende por su fluidez, una buena acidez, aún viva, aunque como dije antes, tal vez algo fatigada. Es dulce, sabe a miel, pero no empalaga, tiene un interesante equilibrio. El final es persistente, largo, confirmando las notas de la nariz de miel y membrillo y naranja. 
Delicioso con el foie que le acompañó. (89/100)
     Pocas veces tenemos la oportunidad de dejar reposar en el tiempo estos dulces, para que lleguen a este nivel de delicada madurez. Cuando lo hacemos, muchas veces, nos pueden hipnotizar, sorprender, y simplemente podemos disfrutarlos, a gusto en casa, mirando por la ventana el cielo gris y las doradas hojas, cayendo suavemente.