Prólogo a la parte 1
En estos pocos meses y posts que
llevo escribiendo en este blog, desde luego ya voy aprendiendo cosas. O al
menos intentándolo. Una de esas cosas es que, no siempre, la manera en la que
uno quiere transmitir es la esperada por el receptor. Y entonces, aunque uno
ponga todo su énfasis, el mensaje llega distorsionado, o directamente se pierde
en el camino. Creo que eso podía ocurrir fácilmente con posts como los que
escribo dedicados a catas. No encuentro la manera de sentirme satisfecho con
versiones muy resumidas, porque a veces tengo tanto que decir de vinos que me
emocionan... ¡Es que ese es el motivo por el que tengo un blog!! Y desde luego,
la sintaxis no es mi fuerte. Así que de momento, la primera solución que he
encontrado es fraccionar los posts en partes. Entendiendo que para muchos la
cantidad de líneas que despliego para una crónica de este estilo son más de las
que tolerarían para en blog, y supera el tiempo que desean dedicarle; espero
que unas entregas diseccionadas, parciales, faciliten su lectura y sean más
amenas, aunque no expresen de una vez la totalidad del contenido que deseo
transmitir. Sí alguno quiere dejar alguna opinión o comentario, siempre son
bienvenidos. Y como justamente hablo de no extenderme, termino este prólogo...
aquí.
Sin palabras, sobran las palabras.
Cata de vinos del Equipo Navazos
Decimos que algo nos ha dejado
sin palabras cuando, por la sorpresa que nos produce, nos impide articular algo
coherente. Y también, cuando algo, por sus características, supera nuestra
capacidad de describirlo. Decimos que de algo sobran las palabras cuando ya
esta todo dicho, cuando aquello que describimos no necesita presentación, o
cuando su expresión es tan rotunda que cualquier descripción es redundante.
Así, aunque estos términos, sin y
sobran, parecen casi antagónicos, ambos describen mis sensaciones a la hora de
hablar de los vinos del Equipo Navazos.
Los hay que te dejan mudo,
atónito, preguntándote si de verdad es posible eso que te estas bebiendo. Los
hay que simplemente los acercas a la nariz, les das un sorbo, y no te queda más
que sonreír, satisfecho. Y siempre es un sorpresa, un placer, una satisfacción enorme, beber cualquiera de estas
maravillas que tan sabiamente se escogen para etiquetar con el sencillo
apelativo de “la Bota de”, y un número, y que dieron un soplo de aire fresco al
marco de Jerez como no había tenido en años.
Junto a Jesús Barquín y Eduardo
Ojeda, cuerpo y alma del Equipo Navazos, nos preparamos un grupo de afortunados
y yo a catar algunas novedades, algunas clásicas, y algunas de las botas más
míticas de la selección que ya va por el 34, y sigue...
Comenzamos por la última edición
de su Manzanilla, Bota 32, procedente de una selección de 20 toneles de la casa
sanluqueña Sánchez Ayala. Un vino de nariz punzante, compleja, muy salina, con
notas de frutos secos, sobre todo pieles de avellanas tostadas, y unas
sugerentes notas de flores secas y, añadiendo frescura, piel de limón. La boca,
muy punzante, afilada y precisa, muy fresca, de gran acidez, salina y sabrosa,
con una buena persistencia. La cata comienza con buen pie… (90/100)

Y entonces, sin más, el primer
golpe de efecto. La bota de Manzanilla 4 “Las Cañas”, saca de enero de 2007.
Una manzanilla con 5 años de botella. Una manzanilla de terruño, ya que las
uvas proceden de la finca “Las Cañas”, que da nombre al vino, y que como la 32,
procede de la bodega Sánchez Ayala. De color oro viejo, es un vino mucho más
serio y profundo que el anterior. Ha madurado. Se aleja del vino de consumo
desenfadado, y se aproxima al vino de meditación. Mucho yodo. Algas. Café.
Tostados y coco, con su característica nota punzante algo domada. En boca es
muy cremosa, fresca, aún muy viva y punzante, afilada. Todo el carácter de
Sanlúcar, en un momento de extraordinaria evolución. (95/100)
Los primeros vinos que seleccionó
el Equipo Navazos eran para un consumo propio, más allá de que sabían lo que
tenían entre manos. Jesús comenta que cuando decidieron embotellar la primera
Bota De, ya sabían de varios vinos que
embotellarían como las siguientes botas. Uno de ellos era un fino, de la
jerezana Valdespino. Como el anterior, un auténtico vino de pago; La uva
procede de la viña Macharnudo Alto, lo mejor de lo mejor, del extraordinario
Pago Macharnudo. Una selección procedente de 9 botas, de las que se
embotellaron en rama escasas 800 botellas. Un saca de junio de 2006. Un fino
que tenía un promedio de 10 años, y por el que han pasado 6 en botella. Un vino
de un amarillo intenso, casi dorado. De aromas intensos e infinitamente
complejos. Maduros. Desde mantequilla y alcanfor, pasando por el cacao, el café
y la bollería, muchas notas dadas por ese velo de flor que lo acompaño durante
su estancia en barrica. Especiado, me da una curiosa nota de ¡pimentón dulce! Es
atípica, cambiante, camaleónica. Un vino único. Alguno me dice que huele a
queso azul… una boca redonda, ligera a la vez que untuosa, porque no hay
sensación de pesadez, muy amplia… esta en un equilibrio simplemente mágico, con
un final que busca la eternidad. Creo que a varios no les gustó, no era un vino
fácil. Rompió esquemas. A mí me enamoró. (97/100)
Jesús comenta que para él, solo los finos y manzanilla experimentan un cambio
significativo con el tiempo en botella, mientras que el resto de vinos se mantienen
mas o menos estables. Con estos 2 ejemplos, no quedaron dudas.

El siguiente era uno de los
platos fuertes de la noche, uno de los vinos más legendarios de todos los que
se han embotellado bajo la Etiqueta de La Bota de: Manzanilla Pasada Bota Punta
Nº 20. En internet encontraréis todo tipo de alabanzas a este vino, que también
era de mis preferidos, y que quería comparar con otros titanes esa noche. Pero
por desgracia, no fue la gran noche de esta extraordinaria manzanilla pasada,
ya que estaba algo cerrada, y seguramente con un poco de oxigenación, habría
alcanzado el cielo, que es lo que recuerdo de ella. Y aun así, hablamos de un
vino tan grande... de nariz indefiniblemente compleja, salina, iodada, hasta
medicinal, un atisbo a salmuera bien asentada, a nueces, avellanas... es
enorme, y sigue cambiando; curry, especias, cardamomo, flores secas. Huele a
marismas. Beberla, de un pequeño sorbo, es adentrarse en su gran amplitud, su
acidez desbocada, a la vez que un paladar untuoso, que acaricia, profundo,
punzante, sabroso y salino, te transporta directamente la brisa del mar. Tan
pleno y equilibrado, con un final simplemente eterno. Y eso sin abrirse del
todo... en el Olimpo de su género. (95/100)
Sí antes os hable de vinos míticos, aquí nos enfrentábamos, ni más ni
menos, al que dio origen a todo esto: La bota de amontillado nº1. Procedente
también de las bodegas de Sánchez Ayala en Sanlúcar, es la selección que estos apasionados del vino de Jerez hicieron
de 65 botas para dar el pistoletazo de salida a su aventura. Pero si con la
bota 20 hablé de un vino cerrado, aquí no puedo más que mentar la claustrofobia
que se vive en el cuento de Poe homónimo a este vino. Cerradísimo, y muy lejos
de lo que puede llegar a ser. Al final de la cata, notas salinas, herbáceas...
pero la reducción y una nota de mueble viejo lo siguen dominando todo. La boca
es punzante, de una fantástica frescura, algo salina, potente, sedosa, de brutal acidez a la
vez que elegante y de persistente final. No daré puntuación a este vino, por
que no le dimos tiempo de expresarse. La desgracia es lo difícil que será tener la
oportunidad de probar otra botella de un vino que ni siquiera se comercializó,
y del que se embotellaron 600 unidades...
Y hasta aquí la primera parte. La semana próxima, si no hay ningún inconveniente, posteo la segunda parte.
Y aprovecho para agradecer, sobre todo, a mi buen amigo Javier, que me facilitó las fotos de este post, sin las cuales no sería lo mismo y que esa noche yo no pude captar.